Repensar el placer

Ayer se estrenó la película ‘Cincuenta sombras de Grey‘, basada en el best seller erótico homónimo de la escritora británica E. L. James, y es furor. Hace un tiempo venimos debatiendo con Demián el efecto masivo que provoca en las mujeres este tipo de obras, la complejidad que implica el análisis si no queremos caer en críticas banales y los mecanismos que se pondrían en juego.

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La mala educación…

 o de la falta de respeto hacia el otro…



Ayer fue un día particular. Amanecí con un horrible dolor de cabeza y mareos. No me sentía muy bien, pero ya habíamos hecho planes para almorzar en la casa de mis suegros así que no quise suspender.

Salimos para tomar el colectivo y luego el tren… En el colectivo, ningún problema. Ni bien subo con Muriel en brazos me ceden el asiento. Hasta ahí todo bien. Viajamos hasta la Estación Liniers y desde allí haríamos transbordo con el tren. Ya en la estación vimos que el tren llegaría en 7 minutos (bastante rápido teniendo en cuenta la casi media hora del último domingo, así funcionan los trenes en Argentina). Muriel lo vio venir y empezó con su típico y ansioso «mamá, a ten… mamá, a ten» (mamá el tren). Subimos contentas y todos los asientos estaban ocupados. Nadie se levantó a darnos el asiento. Así que caminé un poco y cuando llegué a la mitad del vagón le pido a un señor (por favor) el asiento. Este estaba tomando mate con su mujer, sin embargo se levantó enseguida y me lo dio. No hago más que sentarme y la mujer empieza:

_ «Los asientos para chicos están por allá… Yo pagué el boleto para viajar sentada» (en tono busca roña hablando al aire)
_»Yo también pagué el boleto, señora (le respondo)
_ «Sí pero estos no son los asientos de chicos…» (mirando hacia adelante)
_ «Los asientos no son de chicos, tengo una bebé en brazos»
_ «Yo pagué para salir a pasear un domingo, no para separarme de mi marido» (ya levantando el tono)
_ «Evidentemente usted no es madre, ¿cómo puede ser tan irrespetuosa?»

La mujer seguía despotricando por más que Demi trató de interceder en la discusión, pero aquella no se movía de su tesitura y en un momento me levanté, le dije que se quedara con el asiento y me fui angustiada a otro vagón. De fondo escucho que la mujer le decía (al marido) X vení a sentarte, mientras yo me iba alejando. Demián me llamaba porque me había conseguido otro asiento, pero yo seguía caminando. Me paré a la altura de la puerta del otro vagón y rompí en llanto. En ese momento, se acercó Demi y le pidió el asiento al muchacho que estaba enfrente mío y me senté. Acongojada abrazaba y besaba a Muriel. Me sentí humillada. No tuve fuerzas para seguir la discusión… no tuve capacidad de reacción para avergonzarla ante el resto de los pasajeros. Me fuí como huyendo. No podía parar de llorar.

Desde chica me enseñaron a ceder el asiento. A respetar los derechos del otro. Antes de ser madre estaba acostumbrada a viajar parada. Y si me sentaba y subía alguien mayor, una embarazada, una mamá con bebé en brazos o alguien con movilidad reducida enseguida cedía «mi» asiento. No obstante, parece que no a todos les enseñaron lo mismo. Por eso hay muchas cosas que no entiendo…

No entiendo cómo es posible que una mujer pueda haberme dicho esas cosas. 
No entiendo por qué la gente no se levanta de su asiento o se hacen los dormidos cuando una madre sube con su bebé en brazos, y lo mismo cuando se trata de una embarazada o de un anciano. 
No entiendo cómo nadie salió en mi defensa ante tal agresión y falta de respeto. 
No entiendo por qué yo tengo que pedir el asiento. 
No entiendo por qué no podemos mirar más allá de nuestro ombligo.
No entiendo la falta de solidaridad.
No entiendo el puro egoísmo.
No entiendo el insulto gratuito.
No entiendo la naturalización de la falta de respeto.
Sinceramente, no entiendo. 
No lo entiendo.


Relatos cortos #3 – Sueños robados (micro – relato)



Con los pies percudidos y descalzos, con la ropa rajada y sucia, las manitos heladas y la mirada perdida, un niño caminaba sin rumbo por el escarchado asfalto de la avenida.

De pronto se detiene y mira hacia una larga fila de personas que esperaban el 15. Se acerca con paso atolondrado:
−¿Una monedita? ¿Algo para comer? −preguntó casi rogando. Nadie respondió.

Sin suerte! Discriminado, descartado, segregado, apartado, observado con desdén como si fuera parte de una plaga maldita, el niño se alejó lentamente de la multitud.

Como vencido, se sentó en el medio de la vereda junto a un charco de agua, sacó de su pequeño bolsillo una bolsita de plástico y aspiró.

Aspiró el asco, el maltrato, el desprecio, el abandono. Aspiró la desdicha y la humillación de saberse constantemente excluido de un mundo donde pareciera no haber lugar para él. Aspiró el egoísmo, la crueldad de los otros, la ambición desmedida, su inocencia perdida.

El niño aspiró y se fue a volar para olvidar por un rato a esta sociedad miserable que le robó sus sueños y le quitó (como a tantos otros niños) la oportunidad de ser.

Relatos cortos #2 – Tele(IN)comunicaciones


Salía de la confitería La Biela, muy tradicional de Recoleta, ubicada en la esquina de Quintana al 600 y a una cuadra del Cementerio donde se bifurcan las calles Guido y Junín.
Era una mañana soleada y había terminado mi habitual desayuno, café irlandés con scones y una ojeada aLa Nación. A mi izquierda podía divisar, cruzando el parque, las figuras del Centro Cultural y de la Iglesia del Pilar que se recortaban en el cielo azul claro. A mi derecha, autos y bocinas parados de cara al semáforo en rojo. Frente a mí, una cabina de teléfono estilo inglés, son las que combinan cuadrados de vidrio y metal rojo bermellón. Un pibe de aspecto sucio y descuidado se me acercó a ofrecerme no sé qué cosa y le di salida rápidamente con un simple movimiento negativo de cabeza mientras pensé “cómo les permiten pasearse por acá, por favor, ya se perdió todo”.


Me disponía a tomar un taxi cuando recordé que debía llamar a la inútil de mi secretaria para que organizara una junta de directorio, tenemos que firmar la quiebra de esa fábrica y cerrarla con efectivos policiales antes de que los activistas (porque esos no son trabajadores, lo único que hacen durante toda la jornada laboral es buscar conflicto para cobrar más por hacer menos) intenten ocupar el lugar; pero me había olvidado el celular en el dormitorio. De modo que aproveché y entré a aquella cabina, cerré la puerta, introduje la tarjeta y marqué el número. No podía comunicarme, el tono estaba muerto. Volví a intentarlo, no hubo caso. Entonces quise salir y la puerta no abría, estaba trabada. Forcejeé durante más de una hora sin parar, un sudor pegajoso y frío recorría todo mi cuerpo y mi traje se había mojado por la transpiración. Me estaba desesperando, nervioso y pálido, me faltaba el aire y creo que desmayé.


Cuando reaccioné ya eran las 5 de la tarde, ¡y todavía seguía encerrado en la cabina! Parecía una pesadilla, sólo que era la realidad. Con la punta de mi Parker dorada intenté aflojar los tornillos de las uniones; fue inútil, el sellado era hermético y los vidrios blindados. Buscando en el portafolios encontré una hoja con la agenda del día, la di vuelta y escribí “AUXILIO, ESTOY ENCERRADO”. Sin embargo, la gente ni me miraba. De pronto pasó un señor mayor, comencé a hacerle señas, pero puta suerte la mía, pronto descubro que era ciego, cuando al cruzar la calle desplegó su bastón blanco. Acto seguido, una nena que iba de la mano de su mamá reparó en mí, esa era la oportunidad. Me agaché y pasé la hoja por debajo de la puerta. La chiquita la levantó mientras la madre hablaba muy entretenida por su celular. Cuando fue a mostrarle el papel, la mujer, sin abrirlo siquiera, lo arrojó en el primer cesto de basura que encontró. Otra vez, no tenía salida. No entendía por qué ninguna persona se detenía a ayudarme, «a mí que nunca hice mal a nadie y justo yo que colaboro con Cáritas todos los meses religiosamente.»


En eso, se acerca el mismo pibe sucio que había evitado a la mañana con varios ramitos de rosas en la mano, que se ve, los vende en el semáforo. Se detiene ante la cabina. Le hago señas que estoy encerrado y le suplico que por favor me ayude. Me mira fijamente y comienza a reirse, se agarra la bragueta y me hace el típico gesto obseno de un barra brava de la popular y se va el ‘muy turro’. “Qué se puede esperar de esta gentuza” me dije entre mí. “La puta que lo parió cómo mierda salgo de acá”. Cansado me senté en el piso y apoyé el torso en los vidrios.
Llegó la noche y yo seguía atrapado en aquella esquina de la Recoleta. Por un momento me dormí. 


Al despertar, estaba amaneciendo. Justo frente a la cabina se detuvo un camión de una compañía telefónica, inmediatamente después, se baja un ejército de empleados que rodea la cabina.
-¡Es mi salvación!- dije entre mí.
Sin prestarme atención comenzaron a desenterrar la cabina conmigo en ella. Empecé a golpear los vidrios y nada. No reparaban en mí. La levantaron con una máquina y la inclinaron de forma horizontal, con el impacto me golpeé la cabeza y perdí el conocimiento.
Esta vez cuando abrí los ojos, me encontraba acostado al igual que la cabina. Pero a mi alrededor, también otras cabinas con personas vestidas de traje adentro.

De las mamás extremas…

… o de la violencia 2.0




Hace tiempo quiero hablar del tema. Estamos de acuerdo con que la lactancia materna a demanda (LMD) es la mejor opción y la primordial en los primeros años de vida de nuestr@s hij@s. Estamos de acuerdo con que la crianza basada en el respeto y el amor (CRA) cosecha respeto y amor en cantidad.
Estamos de acuerdo que el colecho (CO) es beneficioso tanto para el bebé como para la mamá. Los bebés que duermen junto a sus madres suelen tener un sueño más tranquilo y reparador. Por su parte, mamá duerme mas tranquila porque supervisa el sueño de su bebé y lo tiene cerca. Pero también estamos de acuerdo que el porteo (P)y la posibilidad de tener al bebé cerca es una experiencia maravillosa que crea un sentimiento de protección, seguridad para la criatura y el inicio de una estrecha relación entre hij@s y padres. Bien, hasta acá todos de acuerdo. 

El problema aparece cuando por X motivos (y razones también válidas) una mamá no cumple con estos cuatro hitos de la crianza al pie de la letra. Y ese, no es el problema de fondo. El problema es que a veces las mamás defensoras a ultranza de la LMD, la CRA , el CO y el P se ponen la camiseta de tal manera que (olvidando una de las premisas de la crianza, el RESPETO) atacan a estas mamás que por H o por B no amamantaron, que por H o por B no llevan a sus bebés colgaditos como canguros, que por H o por B no colechan con sus bebés y guay que se te escape la paciencia y le des un reto a la criatura. Es sacrilegio!!!

En mi caso fracasé con la LMA y eso me frustró durante muchísimo tiempo. Es algo de lo que no estoy orgullosa pero no me queda más que admitirlo. No supe, no pude, no luché lo suficiente. La DESinformación es la peor enemiga de la maternidad. Ya lo dice el dicho «saber es poder» y no siempre todo fluye naturalmente como creemos. Al menos en mi caso no fue así por diversos motivos. Sin embargo, aunque sé (y nunca olvidé) que la «teta es la leche», nuestra vida siguió y Muriel afortunadamente creció fuerte y sana (ese era mi mayor temor). Hoy puedo decirle a una futura mamá que se informe mucho, que se asesore sobre lactancia. Que no tenga miedo de preguntar.

La CRA es mi elección y deseo de crianza para mi hija. Aún DESinformada (en su momento) yo sabía que no iba a dejar llorar a mi bebé por nada del mundo. Aún DESinformada yo sabía que no iba a castigarla ni maltratarla porque se me fuera la paciencia. Aún DESinformada yo sabía que amor era lo que me sobraba y no dudés nunca en abrazarla, besarla y mimarla las 25 hs del día. Aún DESinformada hice caso omiso a las críticas por tenerla en brazos durante todo el día. Por temor, por consejo profesional (cuando una está DESinformada, el médico es palabra autorizada), no colechamos desde el principio con Muriel. Era tan chiquita que tenía miedo de asfixiarla. Pero la tenía pegadita a mí en el catrecito. A a los pocos meses empezó a dormir con nosotros en la cama. Aunque Muriel siempre fue muy especial y hoy duerme en su cuna. Acá también la información es fundamental, porque las formas de crianza han ido variando con los años y muchas veces por desconocimiento nos quedamos con lo que nos transmiten nuestros predecesores. Lean, pregunten, asesórense sobre porteo y colecho. Escuchemos a nuestr@s peques. Guiémonos por la intuición también.

Mamás extremas… me enorgullese que puedan amamantar a demanda, que colechen con sus bebés, que los porteen y defiendan la crianza respetuosa sobre todas las cosas. En ese sentido, son un ejemplo a seguir y no me da prurito decirlo. Las admiro. 

Lo que me da vergüenza, lo que no tolero es la intolerancia, el ataque gratuito, la falta de respeto hacia las otras mamás. Todås merecemos respeto. Todas tenemos nuestras razones. Cada hogar es un mundo. Cada mamá es un mundo. Cada bebé es un mundo. Y, mal que les pese, el respeto al otro debe empezar por casa y salir por la puerta al mundo. No basta con no castigar a tu bebé. El castigo y la condena social también son formas de violencia. Respeto por favor. Ante todo, respeto.

Bueno, eso es todo. Necesitaba hacer catársis y vomitar ese nudo en la garganta que me estaba atragantando.